A 45 kilómetros por hora…


Si Usain Bolt le echase una carrera a un búfalo, ¿quién ganaría? Y si un lanzador de peso le echara una carrera de 10 metros a Bolt, ¿quién sería el vencedor? Ahí van las respuestas: en la primera carrera ganaría Bolt; en la segunda no. No todo es previsible y lo mismo sucede con los límites del ser humano, acotados dentro del atletismo, matriz de todos los deportes. En éste todo es mensurable, en segundos o en centímetros, y siempre habrá alguien empecinado en traspasar esos lindes.

Hace 100 años, Donald Lippincott corrió los 100 metros en 10,6 segundos. Si en aquella carrera en Estocolmo, después de que el velocista estadounidense cruzase la meta, alguien hubiese llegado y les hubiera dicho a los espectadores y a los deportistas que pasados 100 años un atleta de Jamaica iba a correr en un segundo menos, en 9.58 exactamente, las carcajadas se habrían escuchado en toda Escandinavia. Así que ahora es imposible saber si en el siglo XXII habrá alguien, terrícola o no, capaz de correr los 100 metros en ocho segundos y medio.

Ahora parece una barbaridad, algo digno de la mente de Julio Verne, pero tampoco puede haber nadie que diga que eso es imposible. Como mucho, improbable. Es más, en Estados Unidos, el doctor Matthew Bundle, experto en biomecánica de la Universidad de Wyoming, asegura que el límite teórico del hombre aún está muy lejos. Según este estudioso, la musculatura del hombre podría soportar hasta los 64 km/h. Y si eso se traslada a una carrera de 100 metros, equivale a un fantástico récord del mundo de 6.67.

Bundle no está loco. Este doctor estadounidense razona su quimera en que los límites los marca la velocidad de contracción de los músculos y no únicamente, como considera la mayoría, la cantidad de fuerza que se puede obtener al golpear el suelo. Bundle va más allá y afirma que el hombre no es genéticamente tan diferente al león. En su ayuda parece acudir el profesor Peter Weyand, fisiólogo e investigador de la Southern Methodist University, tajante en este asunto: «Nuestros músculos están preparados para hacerlo mucho mejor…».

Los mejores atletas están estos días (desde mañana hasta el 18 de agosto) en Moscú, en los campeonatos del mundo, dispuestos a recolocar los límites. Porque el atletismo no sería nada sin las marcas. Solo unos pocos eruditos serían capaces de distinguir si en una carrera el atleta va a la velocidad del récord del mundo o no. La carrera no es nada para el espectador sin el lazo de la marca.

La prueba del algodón

Y aún así, ¿la gente es consciente de la dificultad o el mérito de una marca? Carlos Burón, durante muchos años responsable del sector de lanzamientos del atletismo español, tiene un truco. «Lo mejor es decirle a alguien que coja la bola (7,260 kilos para los hombres y 4 para las mujeres) y luego ponerle una marca a 21 o 22 metros». ¿Es mucho? ¿Es poco? Pues el récord del mundo de lanzamiento de peso es como coger el pack de leche de seis litros de Mercadona y mandarlo de una punta a la otra de una pista de tenis. La mayoría no llegaría a la red. El récord de altura del cubano Javier Sotomayor equivale a saltar por encima del larguero de una portería de fútbol, y el de longitud de Mike Powell, como coger carrerilla y volar por encima de seis Ford Fiesta aparcados en batería.

El día que Usain Bolt corrió sobre la recta azul del estadio de Berlín en 9.58 segundos, completó el hectómetro a una media de 37,5 km/h. Y en el tramo de mayor velocidad, entre los metros 60 y 80, alcanzó una punta de 44,72 km/h. Más veloz que el elefante y algo más lento que el ciervo. No está nada mal, aunque lejos del avestruz, plusmarquista de los bípedos con 70 km/h, y a años luz de ‘Sarah’, un guepardo de Cincinnati al que midieron los 100 metros en 5.95 segundos, a 98 km/h. Sarah es la ‘recordwoman’ de los animales en cautiverio; es decir, que el guepardo salvaje, por el instinto de supervivencia, porque de su carrera depende comer o no, es capaz de superar los 110 km/h.

Pero el jamaicano es el rey de los humanos. Y, entre estos, lo mejor para calibrar la dimensión de su récord es comprobar que Bolt, en el hipotético caso de que pudiera mantener esa velocidad durante 42,195 kilómetros, cruzaría la meta del maratón en una hora y siete minutos, casi una hora menos que el récord del orbe que acredita Patrick Makau con 2:03.38. La marca del keniano es estratosférica: es como si Makau encadenara 422 carreras de 100 metros a 17.34 segundos.

Pero cada uno es el mejor en su distancia. Aunque en un sprint no olímpico, en una carrera de 10 metros, Bolt podría ver cómo le superaba un armario de dos metros y 120 kilos. Eso sería si fuera lanzador, como explica Burón. «La velocidad con la que soltamos de la mano el artefacto es, junto al ángulo de salida, uno de los factores clave en un lanzamiento, por eso son explosivos». Y fuertes, claro. En pectoral, tumbados y levantando el hierro, pueden llegar a mover 300 kilos. «Son casi monstruosos».

Al lado de estos colosos, en la pista, compiten sílfides capaces de elevarse por encima de los 2,40. Ramón Torralbo, entrenador de la plusmarquista española de altura, Ruth Beitia (ha saltado 2,02), retrata a los suyos. «Son tipos altos, longilíneos, delgados y fibrosos». Eso lo ve cualquiera. Pero también son «explosivos, rápidos y fuertes». Estos atletas raquíticos sorprenden dentro del gimnasio. Allí pueden levantar más de 200 kilos. Y un saltador de longitud, capaz de correr como el más rápido, más de 250. Aunque siempre hay excepciones, como Stefan Holm y Antonietta di Martino, pulgas entre gigantes. El sueco fue capaz de saltar 59 centímetros más que su estatura (Sotomayor, que medía 1,96, se superó en 49) y la italiana, 34 (Beitia está en 12). Ambos desafiaron los límites. Como siempre ha hecho el hombre.

ivan anero, Bolt


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